

Orden o Caos
Las acciones públicas sobre el empleo en España no están teniendo el efecto que los interlocutores sociales están pretendiendo.
Estamos creando un mundo laboral estratificado e injusto.
A lo largo de las últimas décadas han ido desapareciendo las grandes instalaciones y fábricas de la época industrial que generaban y daban empleo a cientos de trabajadores de manera directa y a miles de forma indirecta.
Todo ha ido cambiando. El tiempo de vida de nuestras empresas
es cada vez más corto y van desapareciendo aquellos lugares
donde uno entraba de aprendiz y acababa jubilándose.
Ya casi no existen empresas donde se entreguen premios a los 25 o a los 30 años en la misma compañía. Es la transformación de un mercado de trabajo que va cambiando al compás de las modificaciones de la propia sociedad y la economía.
Gobierno y Sindicatos tratan de adaptar las nuevas realidades a unos modelos que pertenecen a la época industrial. Y además lo van imponiendo con una mejora sustancial de las condiciones de trabajo, para desespero de una patronal que ve cómo sus costes laborales aumentan día a día.
En este contexto la preocupación sindical se ha situado
en defender a toda costa las condiciones de trabajo de los
asalariados de las grandes corporaciones, donde se sitúan
la mayoría de sus afiliados.
Lo malo es que hemos ido creando una división entre los propios trabajadores con una mejora abismal de condiciones para los que tienen la suerte de trabajar en una de esas compañías con sistemas antiguos y en el otro lado los jóvenes a los que se va condenando a sobrevivir en otro tipo de empresas. Más pequeñas, sin tantos beneficios económicos y donde la explotación es la norma de cada día.
Mientras se mejoran constantemente el número de días de permisos por paternidad u otros permisos, conseguimos mejoras en la conciliación, o el respeto a las vacaciones en los casos de enfermedad, nuestros jóvenes se muerden las uñas contemplando como todas esas mejoras que a ellos no les llegan. A nuestros gobiernos se les llena la boca firmando leyes que benefician solo a una parte de la fuerza laboral (la que ya está mejor).
La patronal, en defensa de sus intereses, cuanto más cara
se le pone la plantilla propia, más externaliza en
empresas pequeñas que pueden saltarse con más
facilidad las nuevas leyes.
Discútanme lo que quieran, pero los resultados finales es que tenemos el mayor índice de paro juvenil y no deja de crecer. Nuestros jóvenes son los que menos cobran y los que peores condiciones tienen y a muchos sindicalistas de empresa les preocupan más los “derechos adquiridos” de cualquier peón en plantilla, con una antigüedad que le blinda contra cualquier despido y que en muchas de nuestras viejas empresas cobra más que los jóvenes ingenieros en la pequeña empresa.
Va siendo hora de que se diga alto y claro que
este sistema no funciona.