Salió enormemente ilusionada de la entrevista de selección.

 

Estaba en la eterna final de candidatos para entrar en una gran empresa. Cerca de mil empleados, delegaciones por toda España y varias más repartidas por el resto del mundo. Una cifra mareante de millones de ventas. Y además en el sector farmacéutico que siempre era una garantía de estabilidad. La compañía pertenecía a un par de importantes fondos de inversión y cotizaba en bolsa.

 

Además los empleados tenían la oportunidad de acceder a stocks options. El impactante paquete retributivo se completaba con un bonus anual por objetivos.

 

Casi le parecía mentira:

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¿Cómo podía haber gente, como su antecesor en el cargo,

que abandonaran aquella bicoca?

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La carta con las condiciones de la oferta y la presentación de la empresa no dejaban lugar a dudas. Allí estaba todo medido y calculado. 

 

De lo que no le hablaron era de la atmósfera de tensión que reinaba en su futuro trabajo. Ni de la competencia a veces desleal que se respiraba entre los lideres de los departamentos. Ni del sexista responsable de su sección, al que seguramente no le gustaría que una chica joven como ella pudiera quedarse embarazada al año siguiente.

 

Todo lo que sabía de su posible nueva empresa eran números, números y mas números. Pero del clima, los valores, los ritos y los mitos de aquel gigante no sabía absolutamente nada.

 

Mejor dicho, sí. Le habían entregado un folleto que en seguida descubriría que era pura teoría. Números, mediciones, presupuestos, planes. Cosas tangibles por los cuatro lados de aquella empresa.

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Para su desgracia descubrió que nadie estaba midiendo los intangibles: el clima, la búsqueda de la excelencia, el amor por el arte, el concepto de ser un buen vecino.

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Todo eso, al parecer,  no daba dinero.

 

Cuando entró en su nueva empresa, empezó a tener la sensación que algo no le cuadraba, que no se jubilaría en ella.